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Crónicas Bosteras: La vida a pedir de Boca. Semilla. Sinfonía

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Por Ricardo Poilischer

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Semilla

Un día, jugando para los de la banda roja, bajó a la concentración con la camiseta de la franja amarilla, tal afrenta no era gratis, No sabemos si sospechaba que iba a ser así o solo fue una de sus locuras, pero lo hizo y se desprendieron de él, que terminó recalando en Chacarita.

En un partido nocturno de viernes, tiempo después, el equipo de San Martín enfrentó a Boca que terminó ganando el partido en los últimos minutos levantando un 2-3.

Y en ese partido no solo la rompió, metió gamba hasta lo indecible y hasta se le plantó nada menos que al Chapa Suñé sacándolo tanto de sus cabales que la reyerta no terminó esa noche.

El capitán de Boca clamaba venganza, podía bancarse la pierna fuerte, pero no codazos arteros y mucho menos un cabezazo.

La cosa no se enfrió con los días y Suñé decidió ir a buscarlo para arreglar las cosas como hombres, en otras palabras, lo quería cagar a trompadas.

Le pidió al ruso Ribolzi, otro “nene” que lo acompañara, por si alguien se quería meter.

Y se subieron a un auto y lo fueron a esperar a la salida del entrenamiento.

Hasta ahí es lo que sabemos.

La leyenda dice que el “chapa”, al día siguiente lo encaró al Toto Lorenzo, su legendario entrenador y le dijo “Maestro, tráigalo que ese muchacho es para Boca”.

Un año después, Carlos Horacio Salinas, le daba la razón en la final de la Copa Intercontinental. Con la misma camiseta que lo había condenado en sus comienzos a emigrar de Núñez, gambeteó a cada alemán que se le cruzaba para meter un golazo descomunal y liquidar el partido con un contundente e inolvidable 3 a 0 en tierras germanas.

Así parece que fue la historia del segundo gol más importante del querido Chapa.

Y el loco Salinas juró que no hubo nada de locura en que lo despidan de Núñez, para ser Campeón del Mundo en La Boca.

Andá a discutirle...


Sinfonía

En cuarto grado  estaba en el coro del colegio.

Ensayábamos “Se equivocó la paloma”. Estábamos invitados a cantarla en una radio y el Colegio Nº 5 Provincia de Corrientes estaba orgulloso de nosotros.

Se equivocó la paloma, se equivocabaaaaaaa, se equivocabaaaaaaaaa.

Cantábamos orgullosos con la boca bien abierta y con cara sobreactuada de ángeles.

Pero claro, la partida era importante, con lo cual el Consejo Escolar mandó un inspector para que juzgara si haríamos quedar bien al colegio.

Así que ese día de la visita nos preparamos, muy pulcros y firmes, con las manos tomadas por detrás, mirando de reojo al cielorraso del salón de música como si estuviésemos admirando la mismísima capilla Sixtina.

El inspector era un tipo grande, flaco, calvo, de anteojos, muy serio, metía miedo.

La maestra lo miró como pidiéndole permiso para empezar y nos dio la orden.

A los pocos segundos de comenzar, el pelado se revolvió en su asiento y se nos acercó para escuchar mejor, había, por su expresión, algo que no le gustaba.

Nosotros estábamos formados en unas pequeñas gradas y, algo separados, lo cual le facilitó al tipo acercar su oído a cada uno para escuchar su voz.

Hasta que me tocó el turno de tan agradable revisión, acercó su oreja y se me puso de costado, y en menos de dos segundos, me tomó de la solapa del guardapolvo y literalmente me arrojó hacia afuera.

Prácticamente caí a los pies de la maestra que no sabía donde meterse, me di vuelta, lo señalé y le dije “Me volvés a tocar, pedazo de botón y te arranco la cabeza”.

Bueno, para ser sincero es lo que me hubiera gustado hacer, pero era un gurrumìn de anteojos bastante tímido y solo atiné a irme jurándome jamás volver a cantar en el maldito coro.

.......

15 años después, en la cancha de Huracán, mientras subía la tribuna por el medio, un vago de la barra me dio un bombo.

Me encontré con el preciado instrumento acompañando a nada menos que a la Nº 12, me sentía muy pero muy groso.

Y así empecé a sacudir el parche acompañando las canciones y de haber existido celulares en aquella época, me hubiera hecho sacar miles de fotos.

Pero la historia volvió sin avisarme.

Cabeza de Poronga, el gordo, parado en el fierro gritó de pronto. Eeehhh , que tocás, salame? (obviamente el destinatario era yo) Prestá atención ¡Querés?.

Asentí como pidiendo disculpas por mi distracción, arrancamos de nuevo.

Peor, no había caso.

Esta vez el que paró todo fue El abuelo, nada menos que el capo de la barra, me miró y juntó los dedos como diciéndome ¿que hacés?.

Y vino raudo hacia mi posición.

Me sacó el bombo, me tomó cariñosamente del hombro y me susurró.

“Pibe, no tenés oído pa la música”.

Y así fue que por segunda vez me comunicaron que carecía de talento para tal actividad.

El docente me lo informó como un barra.

Y el Barra, me lo comunicó como un docente.


Ricardo Poilischer es socio vitalicio, asambleísta casi sin interrupciones entre los años 2000 y 2015 por la Agrupación Nuevo Boca, recordado por su oratoria a la hora de solicitar la inclusión de estrellas toda vez que la ocasión lo ameritaba. Es Técnico en turismo e instructor de spinning, desarrolla su actividad laboral en el ámbito privado. Apasionado de la azul y oro, el cine y la historia argentina.

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Esta recopilación no pretende ser un libro de cabecera ni mucho menos un best seller. Es apenas una crónica de recuerdos, anécdotas, que pueden ser propias y colectivas, porque así es Boca, un fenómeno de masas unidas por el hilo conductor de sus colores, memorias que se transmiten de generación en generación, memorias que pueden ser mías y de todos a la vez. Es un homenaje a la gente que La Bombonera me hizo conocer y querer, semblanzas de algunos de nuestros héroes donde siempre faltará alguna pues el olimpo de nuestros dioses es infinito, ficciones de insomne y notas que fueron publicadas en momentos urgentes. En definitiva, la necesidad de volcar en el papel, el amor incondicional a nuestra camiseta. A veces creo que lo que van a leer no lo he escrito yo, lo hemos escrito todos, por lo menos los que estamos de este lado de la vereda, donde da el amarillo del sol, y el azul del cielo.