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Crónicas Bosteras: La vida a pedir de Boca. Hoy Febrero y (Aka) Kempes

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Por Ricardo Poilischer

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Febrero

Un instante en la historia.

A las 8.30 tomamos el 25 en primera junta, exageradamente temprano, aunque el bondi ya venía hasta las manos.

Ahí nos dimos cuenta que tan, tan locos, no estábamos.

En el camino, la ciudad se desperezaba, pero colectivos, autos, camiones, con el mismo destino que el nuestro parecían no notarlo a juzgar por la música que de ellos emanaba, sinfonías de bocinas, cantos chuscos, invocaciones a los dioses…una auténtica caravana pagana.

Una hora después llegamos a destino, el barrio era un mundo aparte, gente y más gente en las calles.

El carbón crepitaba en las parrillas y todo estaba cubierto de humo, vendedores de café, facturas, la mila y el pancho, el chori y la coca, banderas, posters, todo, absolutamente todo se vendía y se compraba.

Algunos desayunaban, otros almorzaban, no había horario, solo espera, espera alegre e impaciente.

Charlamos con gente del Chaco, de Corrientes, de Ushuaia, los ojos de todos brillaban, no importaba la distancia, nadie quería quedar afuera.

Apenas eran las 11 y las puertas del estadio se abrían recién a las 14, algunos ya hacían fila frente a ellas, pero pronto perdían su orden, a las 12,30 ya era una masa uniforme de gente y nosotros en el medio y hasta que finalmente se pudo ingresar, la espera fue en el aire, era tanta la presión que los pies no tocaban el piso, nadie era dueño de sus movimientos. Pleno verano, calor insoportable, el sudor, la inmediatez de los cuerpos, inaguantable y torturante, en cualquier caso, salvo en ese día en que todo era válido, cualquier sacrificio parecía poco.

No podría decir que finalmente entramos, literalmente, nos arrastraron dentro.

Subimos y subimos, el miedo a quedarse afuera se reemplazó por el gozo de saberse presentes donde había que estar, hasta el clima, por unos segundos, pareció más agradable.

Tomamos nuestro lugar bajo el sol, otra vez impiadoso, faltaban tres horas aún.

Cantamos y reímos, el tiempo no pasaba, parecía que el momento no quería llegar nunca, y en el fondo, tampoco lo queríamos, podríamos, de haber conocido los secretos del universo, haber detenido el mundo justo ahí, una foto eterna.

Apenas rozábamos los 20 años y protagonizábamos a sabiendas, ese pedazo de historia, No era poco, para nada.

A las 17.45 el sol seguía castigando, pero menos, el amarillo potente había devenido en un dorado que lo cubría el espacio haciendo todo más bello, más mágico.

Y a esa hora, segundos más segundos menos, todo estalló.

Se asomó por el túnel, con su corazón indomable y su número 10 tatuado encabezando a sus compañeros.

El 22 de febrero de 1981, Diego Armando Maradona debutaba en Boca.


(Aka) Kempes

Y el partido se iba, y se iba.

Dos uno abajo en el monumental, pese al golazo de tiro libre del Diego.

Esa tarde el negro JJ estaba inspiradísimo (lo pagaría tiempo después) y nos clavó un zapatazo casi desde mitad de cancha, para ser sinceros, un misil que la pantera Rodríguez solo pudo mirar.

Ya en descuento, estaba la derrota consumada, Boca no llegaba al área con peligro ni mucho menos.

Si no nos íbamos para no soportar el oprobio de medio estadio gozándonos, era simplemente porque por aquellos años, nadie se iba antes que el equipo de la cancha, a Boca se lo despedía de pie y en el lugar.

Sin embargo, en la última jugada, un cambio de frente de izquierda a derecha le cae a Brindisi dentro del área, y con su clase magistral, en el mismo movimiento paró la pelota y enganchó hacia adentro, el defensor de ellos atinó a cruzarle la pierna y se lo comió, la seña del árbitro fue inequívoca, brazo estirado con el índice apuntando al medio del área...penal, penaaaaaal.

Hubo algunos abrazos y mucho nervio, en la memoria inmediata, en situación similar, el Diego había roto el travesaño en Arroyito y nos tuvimos que volver de Rosario sin poder dar la vuelta, encima en el arco estaba Fillol, nada menos.

Todos nos contuvimos.

Otra seña del de negro, bamboleando los brazos entrecruzándolos, otro mensaje claro, no hay rebote, o es gol o no lo es, pero ahí mismo se termina el partido.

Entre el grupo de amigos que íbamos siempre, estaba Kempes, apodado así por su parecido con el inolvidable goleador cordobés, aunque con algunos kilos más. Era grandote, más bien enorme, metía miedo a quien no lo conociera, porque en realidad, era un buenazo incapaz de lastimar a nadie, siempre de buen humor.

Escuché en ese momento su vozarrón detrás mío.

-Si lo mete me pongo en bolas ¡!!

Lo miramos de reojo sin prestarle demasiada atención, Maradona ya la había acomodado y el resto era silencio.

Mas tarde diría que lo tiró hacia donde estaba la madre, la cuestión es que la clavó arriba, a la izquierda, inflando la red.

Cuando terminamos de gritar el gol, revolcados en el frío cemento, abrazados todos con todos, notamos algo raro en el ambiente…miré las caras que apuntaban todas hacia un lugar, no muy lejos de donde yo trataba de recuperar un poco de aire. Seguí las miradas y lo vi, parado arriba del fierro, ayuno totalmente de ropas, bamboleando sus genitales al compás de “Desde el alma” sonriendo a los últimos restos de sol de ese domingo inolvidable dejando en claro que Claudio Carabelli, mi querido Kempes, cumple sus promesas como buen bostero.


Ricardo Poilischer es socio vitalicio, asambleísta casi sin interrupciones entre los años 2000 y 2015 por la Agrupación Nuevo Boca, recordado por su oratoria a la hora de solicitar la inclusión de estrellas toda vez que la ocasión lo ameritaba. Es Técnico en turismo e instructor de spinning, desarrolla su actividad laboral en el ámbito privado. Apasionado de la azul y oro, el cine y la historia argentina.

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Esta recopilación no pretende ser un libro de cabecera ni mucho menos un best seller. Es apenas una crónica de recuerdos, anécdotas, que pueden ser propias y colectivas, porque así es Boca, un fenómeno de masas unidas por el hilo conductor de sus colores, memorias que se transmiten de generación en generación, memorias que pueden ser mías y de todos a la vez. Es un homenaje a la gente que La Bombonera me hizo conocer y querer, semblanzas de algunos de nuestros héroes donde siempre faltará alguna pues el olimpo de nuestros dioses es infinito, ficciones de insomne y notas que fueron publicadas en momentos urgentes. En definitiva, la necesidad de volcar en el papel, el amor incondicional a nuestra camiseta. A veces creo que lo que van a leer no lo he escrito yo, lo hemos escrito todos, por lo menos los que estamos de este lado de la vereda, donde da el amarillo del sol, y el azul del cielo.