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Crónicas Bosteras: La vida a pedir de Boca. Hoy El Ángel y Tribunistas

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Por Ricardo Poilischer

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El Angel

Daniel y yo nos miramos como despidiéndonos, resignados, detrás nuestro había un paredón y a nuestro lado Yayo y Toronja imploraban en vano, no teníamos salida.

Esperábamos el final sin atinar a nada, ni siquiera se nos cruzó que pudimos haberlo evitado de haber tomado la decisión de volver unas horas antes cuando tuvimos la oportunidad.

Apenas unas horas antes…… 

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Ir a Rosario por aquellos días, no era sencillo, no existía la autopista y el auto en el que viajábamos había nacido bastante antes que nosotros, un paseo que hoy lleva lo que dura una película, era un viaje tedioso que insumía 5 o 6 horas con suerte y viento a favor.

Pero jugábamos con Central y allí nos embarcamos en el Valiant 60, saliendo tempranito, al alba diría, para llegar con tiempo y acomodarnos bien en la tribuna.

La travesía hasta ahí era absolutamente normal, íbamos charlando, dormitando, riéndonos de la vida por lo menos hasta la mitad de camino, donde nos esperaban un par de móviles policiales cuyos ocupantes nos detuvieron como era costumbre los días de partido, es cierto, no había autopista, pero si había “peaje”...

Y sí, algo te encontraban, si no te faltaba la última patente te faltaba el matafuego, y si estaba todo, seguro fallaba el guiño trasero o las luces de stop, pero estos muchachos eran expertos en encontrar fallas, auditores de excepción.

Sinceramente no recuerdo cual fue la contravención invocada, lo que sí recuerdo es que o “colaborábamos”, o nos sacaban el auto, así que, faltando aún el resto del día, nos dejaron apenas con lo justo para pagar las entradas.

Deliberamos un rato para decidir que hacíamos ante ese panorama.

¿Seguíamos hasta Rosario? ¿Como dije, apenas alcanzaba para el partido, olvidémonos de comer, podíamos vivir con eso, el tema era el combustible para volver, alcanzaría? , decididamente no...

Resumiendo, sin plata, sin nafta, y a mitad de camino, la decisión sobre qué hacer era clara, el único detalle es que hicimos todo lo contrario y enfilamos caprichosamente hacia adelante, después de todo, íbamos a ver a Boca, lo demás, se resolvería de algún modo.

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Todas las monedas que nos quedaban se fueron en las entradas y con Daniel, ni bien ingresamos a la popu, fuimos a pedir socorro a Busico.

Busico era un icono de la tribuna, vendía turrones y hacía rifas que nunca nadie ganaba, pero los números se vendían como el pan, y, además, una vez concluido su trabajo, se subía al “fierro” y era un barra más.

Flaco, fibroso, pelo blanco y bigotes negros finos, hubiera sido medalla dorada si arrojar las golosinas a los compradores fuera un deporte olímpico. Desde más de 50 metros le pedían los “tres por diez y el tipo te los tiraba con una puntería infalible, después, aguardaba el pago que pasaba de mano en mano hasta llegar a su bolsillo.

Sus gritos eran característicos “compren, miseria” “más barato que un bife”, “cuidado con la avalancha”, cuando caminaba entre la multitud, y cuando vaciaba una caja (varias por partido), se la encajaba en la cabeza al primero que tenía a mano mientras le informaba “toma pal sol “.

Como contaba, hablamos con él, y solidariamente y a los gritos, contó a la tribuna lo que nos había pasado y pidió una “colaboración para los muchachos que vinieron de capital”.

Increíblemente la gente nos empezó a dar monedas y logramos juntar algo para la nafta, ya que nos quedaba apenas un cuarto de tanque y con eso, en un Valiant, no llegábamos ni al Parque Independencia que estaba a unas cuadras.

Mientras cirujeàbamos entre la gente y aceptábamos las colaboraciones, pensaba en mi vieja que me había soñado doctor. pero también en mis clientes, para qué negarlo. Yo trabajaba en una financiera y asesoraba en inversiones, plazo fijo, letras de tesorería y otros negocios, ¿pensaba que si me viera alguno era mi fin, quien le iba a confiar sus ahorros a un tipo que mangueaba una limosna en plena tribuna de Boca?.

Por suerte no me vio nadie, y si me vio, jamás lo contó pues no tuve consecuencias posteriores.

Recontamos la juntada, hicimos cálculos, nos quedamos tranquilos y listos para disfrutar del partido.

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Un bodrio atroz que terminó en cero y creo que el acercamiento más peligroso de nuestro amado equipo al arco local fue un córner que se perdió por la línea de fondo.

Hubo, eso sí, una amenaza de invasión de barras de Central a nuestra tribuna durante cinco minutos que parecieron eternos, voló botellas, hubo corridas, algunos tropiezos, pero, por suerte, no pasó a mayores.

Una jornada magnífica de sol y deportes.

Terminó la tortura y empezamos a descender ya por la parte interna del estadio, para dirigirnos a la salida, nos esperaba un largo viaje de regreso.

Los cuatro bajábamos juntos comentando las pocas alternativas del juego cuando sentimos que detrás nuestro venía la barra con las banderas a cuestas y, supusimos, ralentizábamos la salida, por lo que, en un acto reflejo, nos corrimos a un costado para que pasen sin obstáculos.

Error ¡!!  Nuestro movimiento, resultó de alguna manera sospechoso, y del remolino de gente y trapos salió el mismísimo “Manzana”, uno de los lugartenientes del número 1, el Abuelo, jefe máximo de la 12, nos señaló y lanzó su condena.” ESOS SON DE CENTRAL “¡!!.

Cuando nos dimos cuenta, los teníamos encima, detrás nuestro, un paredón de 5 metros, delante, Manzana, el Lechero, Tito y Chaca, que era como decir “los cuatro jinetes del apocalipsis, pero de mal humor”, y detrás, el resto.

Toronja intentó mostrar la cédula verde para probar que veníamos de la capital, en esa época, la patente identificaba el lugar de origen, en este caso, con una C precediendo al número.

Pero fue infructuoso, ninguno de los muchachos andaba con ganas de ponerse los anteojos de leer.

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.. Daniel y yo nos miramos como despidiéndonos, resignados, detrás nuestro había un paredón y a nuestro lado Yayo y Toronja imploraban en vano, no teníamos salida.

Esperábamos el final sin atinar a nada, ni siquiera se nos cruzó que pudimos haberlo evitado de haber tomado la decisión de volver unas horas antes cuando tuvimos la oportunidad.

Apenas unas horas antes…… 

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De la nada, pero de la nada, un flaquito, morocho, de rulos, le susurra algo en el oído al lechero, èste se me acerca y yo, duro   como una estaca que balbuceaba con un hilo de voz. somos de Boca, somos de Boca…

Sin decir palabra, el lechero me miró de arriba abajo, sonrió, me dio una palmada cariñosa en la mejilla, casi una caricia y musitó.” Vayan, vayan”.

Con la última “n” ya estábamos en el auto…

Podría contarles que, saliendo de la ciudad, pinchamos un neumático y explicarles como hicimos para resolver la cuestión, pero ya parecería ciencia ficción.

Habremos llegado a la madrugada a nuestras casas, muertos de susto y hambre no recuerdo en qué orden.

Pero la historia terminó el jueves siguiente.

Tales días, los amigos nos juntábamos en un bar de Flores, para tomar alguna cerveza y cortar la semana un poco. Vernos nos hacía bien.

Caminando por Rivadavia a la altura de Carabobo me dispongo a cruzar la calle cuando noto que alguien, a pocos metros, me hace señas y se me acerca.

Pensé que soñaba, que no podía ser tanta coincidencia, pero aquel morochito susurrador de Rosario, aquel que a todas luces revelando quien sabe qué en los oídos del Lechero, había cambiado nuestro destino.

Los salvé, ¿eh?, me dijo mientras extendía su mano.

Se la estreché con fuerza y gratitud, no sabía que decirle, pero lo adivinó.

Los mataban, flaco, los mataban de verdad, por suerte los vi yo, que los conozco de verlos acá en el barrio y en la tribuna.

Volví a estrecharle la mano y le agradecí varias veces.

Nos separamos en esa esquina, y antes de que yo dijera nada, volvió a leerme y me informó.

Cualquier cosa, pregunten por mí, me dicen el “negro”, “El negro Turano”.

Y se fue y fue la última vez que lo vi...

Pasaron 40 años y nunca dejé de ir a la cancha. no sé que fue de el.

Los que aquella tarde estuvieron por exterminarnos, a partir de ahí nos reconocían y nos cuidaban en todos los partidos.

A veces, creo que fue un ángel, que ese día bajó a por algún designio mayor, a salvarnos, si no la vida, los dientes como mínimo.

Pero si simplemente era el “negro Turano” y lo ven por ahí, díganle que no me olvidé, que no nos olvidamos….


Tribunistas

La década del 90 empezó y culminó de buena manera, Maestro Tabàrez y Bianchi mediante, ahora bien, lo que ocurrió en el medio es bastante inexplicable.

Un somero repaso a la plantilla de aquellos años nos muestra que contábamos con una cantidad y calidad de jugadores difícil de empardar.

Maradona, Caniggia, Latorre, Sergio Martínez, Giunta, la brujita Verón, el Kily González... el Beto Márcico …hace falta más?

Podemos seguir con una segunda línea con Fabbri, Pompei, Basualdo, Scotto pasaron también Acosta, el polillita Da Silva.

¿Técnicos? Ni hablar…Menotti, Bilardo, el bambino Veira…

Y no había caso, ningún título, derrotas insólitas recibiendo seis de Racing una vez, otros tantos del Gimnasia de Griguol…

Un día la gente se cansó, demasiados golpes, demasiado duros.

Un partido de esos, sin demasiada importancia, los epítetos llovían.

“Ladrones”, “Delincuentes” “Troncos”¡!!

Y en un hueco silencioso, asoma Hijitus, petizo, con anteojos de esos que no les entra más aumento, con extrema habilidad levanta su humanidad por sobre todas las cabezas, junta las manos junto a su boca, un megáfono humano.

DEFRAUDORES!!!!!!!!

Le faltaron letras, le sobraba razón


Ricardo Poilischer es socio vitalicio, asambleísta casi sin interrupciones entre los años 2000 y 2015 por la Agrupación Nuevo Boca, recordado por su oratoria a la hora de solicitar la inclusión de estrellas toda vez que la ocasión lo ameritaba. Es Técnico en turismo e instructor de spinning, desarrolla su actividad laboral en el ámbito privado. Apasionado de la azul y oro, el cine y la historia argentina.

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Esta recopilación no pretende ser un libro de cabecera ni mucho menos un best seller. Es apenas una crónica de recuerdos, anécdotas, que pueden ser propias y colectivas, porque así es Boca, un fenómeno de masas unidas por el hilo conductor de sus colores, memorias que se transmiten de generación en generación, memorias que pueden ser mías y de todos a la vez. Es un homenaje a la gente que La Bombonera me hizo conocer y querer, semblanzas de algunos de nuestros héroes donde siempre faltará alguna pues el olimpo de nuestros dioses es infinito, ficciones de insomne y notas que fueron publicadas en momentos urgentes. En definitiva, la necesidad de volcar en el papel, el amor incondicional a nuestra camiseta. A veces creo que lo que van a leer no lo he escrito yo, lo hemos escrito todos, por lo menos los que estamos de este lado de la vereda, donde da el amarillo del sol, y el azul del cielo.