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Meli y Chávez, de Salto para el mundo

Por Francisco Nutti @FranNutti

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La ciencia dice que el destino de cada uno es inalterable, es decir, nadie lo puede manipular, mientras otros afirman que está escrito, pero casualidad o no, la historia de Meli y Chávez le suma puntos a una teoría poco conocida, aquella que explica que el futuro es posible cambiarlo a base de esfuerzo y voluntad. La vida los separó pero las ganas de crecer los volvieron a juntar.

Hace ya unos cuantos años, cuando el dólar estaba uno a uno y la serie infantil Los Cebollitas era furor en la TV, dos nenes, uno más alto que el otro, caminaban cuadras y cuadras para llegar al Club Sports Salto, de esa ciudad. De ida pasaban por una panadería para manguear facturas y a la vuelta hacían lo mismo pero en una verdulería. Caras rotas, divertidos, terminaban los entrenamientos cansados pero siempre con una sonrisa, porque al fin y al cabo, esos chiquitos llamados Marcelo Meli y Andrés Chávez se habían hecho amigos. Y aunque no eran del mismo grupo, nadie se imaginaba que más de una década después, esos compañeros, que llegaron a ser campeones en sexta, compartirían charlas en el vestuario de Boca. 

Meli era bastante inquieto y tenía una manía: vivir con la pelota en los pies. Aunque curiosamente, cuando le tocaba jugar en su club, no corría y se mordía la camiseta, lo que hacía enardecer a su papá. Recién a los ocho años empezó a motivarse con el fútbol y a los 13 se lo llevaron para la Asociación Atlética Jorge Griffa de Rosario. Ahí jugó como enganche hasta que pasó a las divisiones inferiores de Colón. Llegó a pensar en dejar todo y volverse a Salto pero se quedó, la peleó y debutó en la primera del Sabalero. Dónde luego de romperla como mediocampista durante dos años, aterrizó en Boca Juniors y es en la actualidad una de las principales figuras.

¿Pero qué fue de la vida de su amigo de la infancia? La respuesta es que siguió por el mismo camino, por una ruta diferente. Chávez trabajó como peón de albañil junto a su padre, cargando baldes o ayudando a hacer la mezcla y cuando quedó en Banfield su madre lloró para retenerlo, aunque eso no alcanzó, el delantero partió igual. Mientras tanto, fueron pasando sus días, siempre con la mente en alcanzar el sueño que una tarde se hizo realidad. Debutó en el primer equipo del Taladro contra San Lorenzo, allá por 2010, y desde ahí no paró de crecer. Fue goleador, revelación y asistidor, hasta que el Xeneize lo contrató como una de las mejores variantes ofensivas.

Esta vez, no tuvo nada que ver la física. Sino el físico, con el que estos chicos trabajaron durante años, para ser los mejores. “Poder decir adiós es crecer” decía Gustavo Cerati en su tema “Adiós”. Y fue así, le dijeron adiós al pasado en Salto para reencontrarse en la mítica Bombonera.

Por Francisco Nutti @FranNutti (Periodista y relator deportivo. Fontanarrosa, Cortázar y Galeano. Amante de la literatura y el fútbol. Colaboré en la prensa de Boca Juniors.).

Foto vía Club Sportivo Salto




 

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