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Crónicas Bosteras: La vida a pedir de Boca. Hoy 5325 y Barbosa

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Por Ricardo Poilischer

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5325

Zweek revisó su ordenador y confirmó lo que sospechaba, solo restaba por explorar lo que alguna vez fuera la Argentina.

La tierra había colapsado allá a fines del año 3000 después de que su satélite, la Luna, se saliera de su órbita provocando una serie de eventos climáticos que terminaron con todo vestigio de vida.

Zweek había partido de Antwerp, su hogar, hacía ya un lustro, cuando el consejo de ciencias de allí, decidió que habiendo pasado más de 2000 años desde la catástrofe, el aire fuera respirable nuevamente y así poder instalar alguna colonia y aliviar así, la superpoblación que padecía, dado que la expectativa de vida, dada por los adelantos científicos y la excelente alimentación, se había extendido hasta los 750 años, momento en que el cuerpo empezaba a pasar factura.

La atmósfera de la tierra, había sido muy similar a la de Antwerp, solo que aquella contaba con un único sol en lugar de los cinco de este, lo que complicaba un poco el bronceado en el verano, pero por lo demás, era prácticamente igual.

En realidad, el viaje demoró 5 años y dos horas viajando a tres veces la velocidad de la luz, pudo haber llegado un rato antes, pero el tránsito por la galaxia de Andrómeda en hora pico hizo que tuviera que desacelerar una marcha.

El panorama fue desolador, nada en toda la tierra que insinuara siquiera algún esbozo vital, solo era una roca gris monocromática, los océanos habían desaparecido y después de recorrerla prácticamente en su totalidad había perdido toda esperanza, solo le quedaba ese tramo de lo que fuera Sudamérica, pero nada indicaba que encontrara allí algo diferente, por eso, cuando la pantalla se encendió, a Zweek casi le explotan de la alegría sus ocho corazones.

Una diferencia en el terreno, más al sur, anunciaban sus instrumentos, y allí dirigió la nave, con renovadas esperanzas y una creciente ansiedad.

Tal vez se haya formado un lago, tal vez algún islote de vegetación, cualquier vestigio sería un excelente punto de partida, a partir de ello, artificialmente se podía crear el resto y convertir aquel viejo planeta en un verdadero vergel.

Sin embargo, cuando finalmente estuvo sobre el terreno, la realidad lo golpeó.

En efecto encontró un cambio de color, apenas unos cuantos metros de negrura sobre el eterno gris, pero la misma aridez, la misma desolación.

Zweek tecleó rápidamente informando a la base que daba por concluida la misión, y dio cuenta del fracaso de la misma.

Y antes de emprender el regreso, dejo anotado en su bitácora su informe final.

“La tierra es al momento, apenas una roca gris flotando en el universo, nada excepcional se ha detectado a lo largo y a lo ancho de la misma, apenas, para mencionar, en el suelo de lo que supo ser según los informes, la ciudad de Buenos Aires, al norte de la misma, más exactamente y según los mapas, en un trecho entre lo que fueran las Avenidas Figueroa Alcorta y Lugones, un gran espacio de otro color más oscuro, negro, extendido como una sombra, o más bien…Una mancha.


Barbosa

A Roberto lo conocí de manera curiosa, él trabajaba en el Banco de Boston, donde yo, por mi laburo, debía ir diariamente.

Era un tipo muy tranqui, macanudo, siempre me daba una mano, y grande fue mi sorpresa cuando lo vi entrar con la barra en la cancha de Ferro.

Nos abrazamos allí, sorprendidos los dos de vernos en situaciones tan distintas.

El portaba barba cuando no era la moda que es hoy, cuestión por la que se ganó su apodo de “Barbosa” y amaba el faso cuando aún, siquiera, era discutida su ilegalidad.

-Me voy del banco, no soporto los horarios, la rutina, la oficina no es para mí, me confesó mientras armaba un cigarrillo con una mata de pasto que le había alcanzado un jugador de la reserva a través de alambrado.

El lunes ya no voy, me anticipó, veré que hago.

Barbosa, debo reconocer, era un tipo con vuelo, inquieto, medio hippie, tocaba la viola, tenía éxito con las minas, su hablar melodioso y despreocupado parecía colaborar para ello.

Pero era un saltimbanqui.

Intentó con la gastronomía.

Parrilla “El Barba” abrió sus puertas una fría mañana de agosto de 1987 sin demasiado éxito, para cerrar definitivamente esa misma tarde, ante la indiferencia de los vecinos de Ramos Mejía pese a que había subido la temperatura.

-Demasiadas complicaciones, me comentó en un partido en Avellaneda, mientras se armaba un porro con el vaso de gaseosa usado, -que los mozos, que el personal, que los proveedores, y mientras miraba el horizonte, soñaba otros sueños.

Cierta vez lo encontré en el Parque Centenario, había armado un puesto de venta de sahumerios, perfumes, camisas de bambula pintadas con los pies y hasta papel higiénico reciclable.

-Acá me encuentro cómodo, me comentó mientras aspiraba un jabón en polvo, lo único malo es que tengo que estar acá a las 5 de la matina porque de otro modo te primerean el lugar.

Quise intercalar algún comentario, pero se me dificultó hablarle cuando corría detrás de sus cosas mientras las remolcaba una grúa de la municipalidad, creí escuchar que mientras atravesaba la avenida Díaz Vélez me gritó …Nos vemos el domingo¡! Pero no lo podría jurar…

Lo dejé de ver de repente hasta que algunos años después, paseando por el sur, me lo encontré gerenciando un emprendimiento de hotelería de aventura.

Cabañas sin luz ni gas, solo las Premium contaban con agua y la de lujo contaba con diarios para encender y calentarse por la noche.

-Esto es muy buscado, me informó mientras inhalaba una mezcla de alcanfor, menta, gas oíl y comino que hervía en una cacerola, La gente ama la aventura y aquí se siente a sus anchas.

-También les enseñamos a valerse por sus propios medios y a manufacturar sus propias herramientas de subsistencia, me contaba entusiasmado cuando tuvo que interrumpir debido a que un grupo de sus huéspedes se acercaba para mostrarle sus logros al respecto portando artesanales hachas, cuchillos, mazas y hasta, creí divisar, una AK 47 hecha con madera de arrayán. Supongo que, de puro contento, inició una demencial carrera hacia el bosque donde se perdió rápidamente y no lo volvía a ver hasta algún tiempo después.

De paseo por Río de Janeiro, en vacaciones me lo crucé en Copacabana.

-Acá sí que me siento libre ¡Me dijo en esa ocasión mientras fumaba una camiseta del Flamengo!

-La gente aquí es despreocupada y amistosa y me dan buen dinero por dar clases de danza latina a un grupo parapolicial alcanzó a contarme mientras un patrullero lo llevaba, supongo, hasta el salón de clases.

Fue lo último que supe de él…

No lo volví a ver en la tribuna y no creo que lo haga.

Una cancha de futbol es demasiado pequeña para contener el vuelo de Roberto “Barbosa”.


Ricardo Poilischer es socio vitalicio, asambleísta casi sin interrupciones entre los años 2000 y 2015 por la Agrupación Nuevo Boca, recordado por su oratoria a la hora de solicitar la inclusión de estrellas toda vez que la ocasión lo ameritaba. Es Técnico en turismo e instructor de spinning, desarrolla su actividad laboral en el ámbito privado. Apasionado de la azul y oro, el cine y la historia argentina.

Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Esta recopilación no pretende ser un libro de cabecera ni mucho menos un best seller. Es apenas una crónica de recuerdos, anécdotas, que pueden ser propias y colectivas, porque así es Boca, un fenómeno de masas unidas por el hilo conductor de sus colores, memorias que se transmiten de generación en generación, memorias que pueden ser mías y de todos a la vez. Es un homenaje a la gente que La Bombonera me hizo conocer y querer, semblanzas de algunos de nuestros héroes donde siempre faltará alguna pues el olimpo de nuestros dioses es infinito, ficciones de insomne y notas que fueron publicadas en momentos urgentes. En definitiva, la necesidad de volcar en el papel, el amor incondicional a nuestra camiseta. A veces creo que lo que van a leer no lo he escrito yo, lo hemos escrito todos, por lo menos los que estamos de este lado de la vereda, donde da el amarillo del sol, y el azul del cielo.