Crónicas Bosteras: La vida a pedir de Boca. Hoy 427 y Premonición
Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Por Ricardo Poilischer |
427
1985
Las estadísticas dicen que Roberto Mouzo jugó 426 partidos con la camiseta de Boca.
426 partidos dejando todo, marcando rivales y maniatándolos, sin importar nombres apellidos o pedigreès.
Cualquier delantero rival sabía que si la orden del técnico a Mouzo, era marcarlo personalmente, nunca iba a tocar la pelota.
Roberto se anticipaba siempre a la jugada, llegaba a todos los cruces.
En el año 81 tuvo de compañeros a Gatti, Ruggeri, Maradona, Brindisi, Escudero, Trobbiani, todos cracks.
Ese equipo nunca hubiera sido el campeón que fue por apenas una cabeza de ventaja de no ser por las salvadas milagrosas de este hombre que parecía de goma.
Nunca hizo un planteo, jugaba, aunque no le pagaran, aunque no tuviera contrato, sufrió como un hincha más la huelga de profesionales del 84, a la que se plegó nada más que para no fallarle a sus compañeros que no sentían los colores como él.
En 1985, en Avellaneda, en la cancha de Independiente, hubo prácticamente una guerra entre el público y la policía, una protesta y algunas piedras manifestando desacuerdo con el arbitraje, derivaron en una represión sobreactuada que terminó llevándose la vida de un chico de 14 años.
La tribuna era un caos, los uniformados disparaban a mansalva, balas, gases lacrimógenos, palos, la gente que no retrocedía y respondía con lo que tenía a mano.
Recuerdo a él Lechero, integrante de la barra, abriéndose la camisa y gritándole un agente “Tira, tira si tenés huevos”.
Recuerdo a Gabriel, apareciendo entre el humo, restregándose los ojos y riéndose de los nervios.” Es una matanza” “y continuaba riéndose “Esto es fulbo “¡!!, y reía como para decirse que en realidad nada estaba pasando, que era solo una pesadilla y que pronto despertaría.
Pero pasaba y era demencial.
No se podía salir, ganar la calle e irse de ese infierno se antojaba imposible, estábamos en una trampa mortal.
Mouzo ya había dejado el club, había dejado el fútbol y estaba mirando todo desde la platea.
Se metió al campo, lo cruzó y colocó un tablón entre el campo de juego y la tribuna, sin preguntar a nadie lo atravesó y se puso a nuestro frente, pidiendo a los uniformados que paren de golpear, de disparar. Mouzo era conocido por todos, y a todos tranquilizó.
Las estadísticas dicen que Roberto Mouzo jugó 426 partidos con la camiseta de Boca.
Pero para mí, fueron 427.
En ese partido nos salvó a todos.
¿Que no tenía puesta la camiseta y por eso no lo cuentan como partido oficial?.
Mouzo no necesitó nunca ponerse la camiseta, nació con ella, es su piel.
La misma que arriesgó por su gente esa fatídica tarde del 7 de abril de 1985.
Premonición
1984
No entendí que cornos pasó.
Jugábamos con Vélez en Liniers, donde ganábamos cada muerte de obispo.
Por aquellos albores de los 80, en realidad, estábamos en una prolongada crisis, institucional y futbolística y, si algo nos mantenía vivos, era el apoyo incondicional de la gente.
Esto llevó a que nos radicalizáramos y despreciáramos absolutamente todo lo que no fuera de Boca.
Y digo que no entendí que ocurrió aquella tarde, pues antes de comenzar el partido, estaba previsto un tributo, ya que se despedía del fútbol el jugador emblema de la V azulada, terrible goleador.
El tipo había debutado muy joven, se cansó de hacer goles, y fue vendido a Europa, cuando allí solo iban los verdaderos cracks, no como ahora, cuando se llevan a los pibes sin debutar en primera, solo por las dudas.
Había retornado ya veterano para finalizar su carrera en el club que lo vio nacer, y vaya si le sobró paño para amargarnos más de una vez.
Por eso esa tarde, me restregaba las manos, justo les tocaba contra nosotros, que le llenábamos el estadio y seguramente colaboraríamos en el acto de marras, con alguna atronadora rechifla y algún canto inventado de apuro mofándonos del homenaje, del homenajeado, y de los homenajeadores.
Y así fue que salió el tipo a la cancha, su gente coreó su apellido, los dirigentes le dieron una plaqueta, y se retiró caminando por un pasillo conformado por jugadores de las inferiores, llevando a sus hijos de la mano, orgulloso padre él.
En aquel momento, la salida del túnel estaba justo debajo nuestro, del lado visitante, nada podía ser mejor para nuestros fines y arruinarles la fiesta.
Y allí se venía acercando, apagándose el sonido de los aplausos locales, el momento justo para vociferar nuestro repudio irracional por todo lo que no fuera azul y amarillo.
Y, sin embargo, inexplicablemente, tibiamente. Comenzamos a chocar las palmas…estábamos aplaudiendo¡! Y dejó de ser un tibio aplauso para transformarse en una verdadera ovación.
¿Que nos pasó? ¿Acaso fuimos hipnotizados en masa? ¿Algún sonido emitido por los parlantes se adueñó de nuestra voluntad?.
No lo comprendí nunca. En ese momento pensé que nos habíamos ablandado irremediablemente.
Por cierto, el jugador que aquel día abandonaba la práctica del deporte profesional, se llamaba Carlos Bianchi.
Ricardo Poilischer es socio vitalicio, asambleísta casi sin interrupciones entre los años 2000 y 2015 por la Agrupación Nuevo Boca, recordado por su oratoria a la hora de solicitar la inclusión de estrellas toda vez que la ocasión lo ameritaba. Es Técnico en turismo e instructor de spinning, desarrolla su actividad laboral en el ámbito privado. Apasionado de la azul y oro, el cine y la historia argentina.
Todos los jueves una nueva entrega. Exclusivo de SoyBoca. Esta recopilación no pretende ser un libro de cabecera ni mucho menos un best seller. Es apenas una crónica de recuerdos, anécdotas, que pueden ser propias y colectivas, porque así es Boca, un fenómeno de masas unidas por el hilo conductor de sus colores, memorias que se transmiten de generación en generación, memorias que pueden ser mías y de todos a la vez. Es un homenaje a la gente que La Bombonera me hizo conocer y querer, semblanzas de algunos de nuestros héroes donde siempre faltará alguna pues el olimpo de nuestros dioses es infinito, ficciones de insomne y notas que fueron publicadas en momentos urgentes. En definitiva, la necesidad de volcar en el papel, el amor incondicional a nuestra camiseta. A veces creo que lo que van a leer no lo he escrito yo, lo hemos escrito todos, por lo menos los que estamos de este lado de la vereda, donde da el amarillo del sol, y el azul del cielo.
|