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La leyenda de D10S

Por Marcelo Merkato

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Hay determinados actos que quedan instalados en las memorias para toda la eternidad. Desde aquellos que lo supieron vivir en carne propia, como también en las leyendas y anécdotas cuasi exageradas (con toda razón) que esos mismos protagonistas les pregonan a sus hijos, nietos, amigos, lo que sea. Se van propagando como si de una obra de arte se tratase. Al momento que la voz se corresponde y complementa con la imaginación, lo que sigue a continuación es algo maravilloso y extremadamente complicado de explicar. Sólo aquellos que logran abrir su mente, juegan con ella, y se liberan de toda atadura lógica, pueden entender lo que se desglosa de aquella boca. Esa magia propia de la voz de la imaginación.

Lo recuerdo como si hubiese sido hoy mismo. Estudiante, apenas comenzaba mis primeros pasos en esta selva periodística, y siempre me pregunté: "¿Cómo se debió haber vivido el gol de Maradona a los ingleses en primera persona? ¿Cuál fue la sensación que recorrió el cuerpo de aquellos mortales que osaron invadir sus retinas con aquella epopeya?".

Investigué. Pregunté. Recorrí varios sitios. Hasta que logré dar con una persona. Pauté la nota. Fui. Una casa de las antiguas, de esas que tienen las puertas largas como piropo de tartamudo, y los pasillos interminables como si de un subterráneo se divisara. Toco el timbre. Abren ese portón inmenso. Y una señora de edad avanzada se divisa. Saludo y pregunto por "José Ramírez", me contestan "pase pase, ¿usté' es el periodista no?".

Caminar ese pasillo fue intenso. Pensaba y pensaba "voy a hablar con un sobreviviente de aquella hazaña". Fue en el patio. Lleno de plantas y flores que adornaban la escena. Una mesita de las viejas. Parecía un calco del patio de la película "Esperando la Carroza". Y allí estaba José. Ya un tipo grande. 79 años de experiencia. Un rostro demacrado por el paso del tiempo pero con una memoria intacta. Tan es así que apenas le extiendo la mano me expresa: "Sentate, sentate. Es la primera vez que me hacen una nota sobre esto. Y no te preocupes, que a pesar de estar viejo me acuerdo de todo".

La pava golpeada y un mate en jarrito, de esos chiquitos con manijita, eran testigos de todo esto. José se enoja en un momento y grita: "Norma, traé las facturas que este pibe tiene hambre". Norma, su mujer, se reía. Ya lo conocía. Ya sabía lo que iba a contar. Ya sabía que su compañero de vida, como se lo habrá contado en tantas oportunidades a ella y a sus hijos, estaba a punto de abrir el abanico de imaginación.

"Nos costó entrar a la cancha. Era inmenso. Jamás pisé una cancha así. Los mexicanos estaban todos locos. Creo que ellos no iban a ver a la Argentina, iban a ver a Maradona", arrancó. Sólo se detenía en cada cebada que le daba al mate. Sus ojos se perdían en el unísono. Su boina, cada vez que reclinaba su cabeza hacia atrás, se sostenía como si pegada a la cabeza estuviera.

"Con mis amigos, logramos entrar. Parecía un zoológico. Mexicanos, ingleses, brasileños, japoneses, argentinos. Era una mezcla. Había como para hacer mermelada", esbozó al compás de una sonrisa picarona. "Luego, esperamos. Charlábamos sobre lo importante del partido. Pero yo estaba con unos nervios tremendos. Yo toda mi vida laburé de comerciante, tenía un quiosco. Cada tanto, se juntaban algunos pibes en la puerta y pensaba que me iban a robar. Me explotaba la cabeza de nervios porque no sabía si llamar a la cana. Pero así y todo, los nervios que viví en ese partido fueron mucho peores".

"Entran los equipos. Yo junto a mis amigos estábamos justo detrás del arco. Sí, de ese arco. Primero estuvo Pumpido, y luego en el segundo tiempo el arquerito inglés", manifestó. Dio un bocado a un cañoncito de dulce de leche y seguía relatando con el pedazo sobresaliendo de un costado de su boca. Casi de manera arrabalera.

"Nene, lo que pasó fue tremendo. Primero, fue el gol con la 'Mano de Dios'. Estábamos ahí atrás. Maradona tira el pase al centro, le devuelven un adoquín, y el hijo de puta metió un salto que parecía un canguro. Vi la mano. Grité el gol con tanta furia que me di vuelta y no quería ver. Porque pensaba que se lo iban a anular. Entre el quilombo que había ahí, una gorda se cayó y se reventó la trompa contra el piso. Al esposo no le daban las manos para tratar de levantarla", expresó con otra sonrisa socarrona.

"Pero lo que pasó después fue una cosa de locos. 5 minutos pasaron masomenos luego del primer gol. Estábamos cantando, todavía festejando por el gol. Y fue ahí. Maradona en la mitad. Se la toca el Negro Enrique. Y entró a encarar. En cada paso que daba, limpiaba a los ingleses como conitos. No lo podía creer", relataba mientras los ojos le empezaban a brillar. En este momento, su mujer, estaba recostada sobre la puerta que daba al ingreso hacia el comedor de la casa. Escuchaba atenta. Esta historia la conoce de taquito, pero sabía que lo iba a suceder a continuación era mágico.

"¿Entendés? Maradona les estaba dando una clase a estos putos ingleses. Se limpió a todo lo que se le cruzaba. Grité tanto ese gol que me largué a llorar con mis amigos. Fue algo increíble. Nos abrazamos hasta con brasileños. No entendíamos nada. Yo pensé en mi vieja, en mi viejo, en todo. Se me vino una explosión de emoción tan grande que pensé que me iba a morir ahí", esto último lo acompañó con unos lágrimas en sus ojos que se extrapolaban también a su mujer. Ambos, lloraban de emoción. Ambos, vivían ese momento. Como si en ese instante Maradona estuviese convirtiendo el gol. Hablame de amor. Del verdadero amor.

"'Perate nene. 'Perate", se saca los lentes y usa un pañuelo para limpiarse los ojos. "Lo que viví ese momento no lo sentí nunca más. Soy bostero, mirá que vivimos tantas cosas. Pero ese momento fue especial. Por todo. Por la guerra de Malvinas. Por los ingleses. Por Maradona. Qué se yo, me invadió lo sentimental. Y eso que soy un zorro viejo que no te llora por nada. Pero esto fue impresionante. Y más cuando terminó el partido. Ahí explotamos todos. No me quería ir a dormir. Quería quedarme a vivir. Jamás sentí tanta felicidad. Me arrodillé y comencé a llorar como nunca. Agradeciendo al cielo. A Dios. A mis viejos. A mis hijos. Y a ella (señala a su mujer) que no me quiso dejar ir pero que aceptó".

"Lo que viven ahora los pibes es muy frío. Todo lo ves por internet. Por la computadorita. Incluso veo que hasta filman con sus celulares. No nene. Lo tenés que vivir y recordar. En tu cabeza. En tu mente. Lo que yo viví en ese momento no hay nada que lo pueda dibujar", nuevamente volvió a lagrimear. Su mujer se acerca y lo abraza. Le dice que se tranquilice que le puede dar un bobazo.

Fue una charla intensa. Luego de la nota, nos fundimos en un abrazo intenso. "Gracias nene, gracias. Cuando quieras volvé que esta es tu casa". Agradecido estaba yo. Porque son esas historias, tan grandes, tan intensas, tan sobresalientes de sentimientos, las que determinan al fútbol como algo más que 22 tipos atrás de una pelota. Es la mística futbolera. La que acompaña desde la cuna. Cuando tu viejo te pone el babero de su club favorito. Desde la primer taza, hasta la primer camiseta. Cuando te lleva a la cancha y te sube a caballito para que puedas ver mejor. Todo. El combo perfecto. Ese combo que comienza con una "Mano de Dios" y finaliza con la obra de arte más mágica que tiene el fútbol. Sí, ese barrilete cósmico que se cansó de pincelar en la cancha. Y que se coronó, aquella tarde en el Azteca, como el símbolo argentino más importante de toda la historia.

A vos, Maradona, gracias. Gracias por ser argentino. Gracias por tu fútbol. Gracias por darle estas historias a los José que deben propagarse por todo el país. Gracias por tanta magia. Pero, ante todas las cosas, gracias por ser Maradona.

Por Marcelo Merkato