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La mitológica Bombonera

Por Marcelo Merkato

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Tranquilamente se podría empezar citando varias emociones que trastoquen cualquier tipo de sapiencia posible. Tranquilamente se podría liberar aquel sentimiento que sale a flote cuando de tintes azules y amarillos se tratáse.
 
Tranquilamente se podría expulsar ese aire impregnado que se sucede complementándose al grito unísono del gol. Ese grito desaforado que se concierne únicamente en aquellas mentes futboleras que irradian pasión en cada instante de su vida.

Pero no. Aquí hay algo mucho más elevado. Algo que carece de explicación real, pero que ilógicamente se entiende cuando de pueblo se habla. Y cuando de pueblo se menciona, inevitablemente aquel bichito xeneize que se recorre en todo el cuerpo comienza a relucirse.

Todo esto se encierra en un solo lugar. En una sola casa. En una sola esfera cuasi cerrada en la que la pasión juega su papel más fundamental. En la que la mística toca sus estados más puros y nobles. En la que el fútbol juega su estandarte más explícito. Aquel hogar en el que, un tal Eduardo Galeano supo describir como: "En la Bombonera, trepidan tambores de hace medio siglo".

No es una cancha. No es un estadio. Es parte del ADN bostero. La Bombonera es el sitio en el cual el cúmulo de pasiones se mimetizan en una sola. Que se disfraza de llanto, de alegría, de amor, de tristeza, de lo que se relaciona directamente al sentimiento más genuino que posee el ser humano.

Es un coliseo. Es un templo. Una maravilla. La mítica Bombonera. Sí, la mítica. Porque hace 76 años que, para los bosteros, su casa comenzó a tener identidad propia en la mitología azul y amarilla. Bah, para el mundo también. Que se muere en elogios. Que no puede entender, no puede comprender, que exista semejante teatro de los sueños. Que permita hacer eso: soñar despierto. Sentir que el alma se libera del cuerpo. Y que se une con todas las demás almas. Algunos se atreven a decir que es sólo un sueño. Y tienen razón, pero un sueño hecho realidad. Que se palpa en cada golpe de pecho.

La música, la tan famosa acústica, el carnaval, el pueblo, todo ello se extrapola a una verdadera obra de arte. Todo ello se vive a flor de piel en la Bombonera. Gritos ensordecedores que bailan al compás de la pasión. Lágrimas que se transportan por todo el rostro, dejando expuesto hasta el más reacio al amor. Porque aquí no hay lugar para las diferencias. Aquí todos son iguales. Hasta el más hombre deja entrever su lado más emocional. Porque así es esta casa. Una vez que entrás, te enamorás a primera vista.

Miles y miles de anécdotas se cuentan aquí. Mates de por medio, hamburguesas, choripanes, lo que quieras. Abuelos que dejaron el alma en aquellos paravalanchas, sujetos a su hermosa Spica, tratando de que la boina no se vuele. No vaya a ser cosa que la pelada quede al libre albedrío del espectador y las carcajadas caigan desde la tercer bandeja.

Como se dijo, abuelos que le transmitieron esta pasión a sus hijos. Llevándolos en andas, dándoles a entender que aquí se suceden cosas inexplicables para el resto de la comprensión lógica, pero que si uno respiraba este aire lo iba a comprender. Niños correteando detrás del arco con una pelota de trapo comprendiéndolo todo desde chiquitos. Hay millones de documentales tratando de descifrar estas razones. Pero no existen. Tenés que mamar a Boca. Tenés que nacer de Boca. Tenés que vivir a lo Boca para entenderlo.

Aquel abrazo que te diste con tu viejo, abuelo, hermano, amigo. Con cualquiera. Porque ese abrazo no es a un desconocido. Lo conocés. Porque vive y siente lo mismo que vos. Porque lo comparte. Ese abrazo es el complemento de lo que se intenta explicar. Pero, como se dijo, sólo es entendible para aquellos que lo comparten.

La mítica Bombonera. ¿Cómo no quererla? ¿Cómo poder siquiera pensar que puede desaparecer? ¿Cómo no defender tu casa? ¿Cómo dejar que ingresen extraños a tu hogar? Son 76 años de garabatos que se impregnan en papiros de gloria. Papiros que se pasan de generación en generación. Siempre con una sola premisa: cuidá tu casa.

Ahora mirá a tu alrededor. Levantá la mirada. Secate las lágrimas. Seguí recordando en los lugares más recónditos de tu mente. Porque si hay sangre azul y oro recorriendo tus venas, la Bombonera es el corazón que la bombea.

Hoy más que nunca, #DeLaBomboneraNoNosVamos.

Por Marcelo Merkato