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Nadie te olvidará jamás

Por Marcelo Rodríguez para el blog Corazón y pases cortos

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A veces, cuando a uno le agarra alguna enfermedad o anda medio cachuso (lunfardo) y ya por la edad… tenés medio cagazo de que esa boludez termine siendo algo grave. Es cierto: una vez escuché que los jóvenes no sienten miedo a morir porque se creen eternos. Y es verdad, yo también me lo creí, hasta que fui creciendo. Y fui viendo como gente de mi generación, familiares, en fin… iban dejando este mundo.

Cuando agarran esos bajones que creo normales, me pongo a pensar que en mi vida vi jugar a Diego Maradona, vi jugar a Lio Messi, viví desde adentro casi, la década más importante de la historia de Boca. Vi jugar al goleador histórico xeneize, que alcanzó una cifra de goles que parecía que nunca nadie iba  a poder llegar. También vi mucha mierda, demasiada. Obviamente que la familia, los hijos, mi mujer en fin. Tampoco es fácil llegar a vivir con la mujer de tu vida, la verdadera, la única. No todos tienen la suerte que yo tengo.

Pero, pero… Más allá de las cuestiones personales que a nadie le interesa, hago foco en esto: Vi desde el primer día hasta el último a Juan Román Riquelme.

Imagino una reunión familiar con mis nietos, y yo, contándole a ellos, quién era Riquelme. Porque justamente su papá, mi hijo, también se llama Román (oh.. casualidad). Y pienso que sentado en la cabecera de una mesa, mientras las mujeres andan gritando por ahí, yo rodeado de los pibes hablándole de las hazañas de un flaquito, que no decía nada, que era un chico que sufría mucho y que, de repente, Dios le puso la camiseta de Boca para hacer feliz a millones de personas. Una felicidad que tal vez a él le faltó de pequeño por los avatares de la vida; aunque creo que con la pelota era el más feliz de todos.

Es cierto que han pasado miles de jugadores que han dejado su impronta. Pero hay personas y personas. Jugadores y jugadores. Ídolos e ídolos. Y Riquelme ocupa el escalón más alto de esta historia.

Fue un líder de esos que te hacían ganar los partidos en los peores momentos y en los peores lugares. No era el gran declarante y tal vez cometió errores (como todos) desde la puerta del vestuario para adentro. Seguramente no era el mejor, pero ese que no era el mejor, con su manera de jugar, le hizo ganar muchas cosas a otros que no lo querían ni ver en figuritas: Plata, fama e historia.

En ese aspecto, fue un tipo generoso que, tranquilamente, pudo haber armado un equipo a su medida, un equipo de amigos; sin embargo le ofreció a Palermo (su enemigo y no me importa saber el por qué) el gol hecho para que rompiera el récord. Un futbolista que jugó para su enemigo en la intimidad. Un enemigo que tuvo como aliado a los caracterizados que no se dieron cuenta… se perdieron la oportunidad de cantar por el tipo más impresionante de la historia del club que dicen defender.

No habrá ninguno igual, no habrá ninguno.

Pasaron dos años. Parecen dos décadas. Y si el sentimiento de extrañeza es tan pesado. Si esto se va transformando en nostalgia. Si los ojos se te llenan de lágrimas cuando ves un video, un homenaje a su juego, significa que ese tipo fue para vos, para mi, algo mucho más importante que un futbolista. Fue un tipo que se encarnaba en cada uno de los hinchas. Que los hacía sentir que ellos eran los que estaban en la cancha. Porque él era así, él es así: generoso.

Uno podría contar cientos de anécdotas, pero prefiero evitarlas para que no me digan riquelmista… cosa que evidentemente, SOY.

Por Marcelo Rodríguez* para el blog Corazón y pases cortos (Siempre Boca) 

* Marcelo Rodríguez es periodista acreditado en Boca desde hace más de 20 años. Trabaja en el diario Crónica, escribe en Don Balón y fue uno de los puntales de Informe Xeneize. También trabajó en El Cronista Comercial, La Razón y Diario Popular. Y además  en la inolvidable Asi es Boca.